Evolución Mami

May 26, 2017

Uno nunca piensa que los refranes y las frases populares le aplican a uno. Qué va: hay una frase que dice que las mujeres nos vamos convirtiendo cada vez más en nuestras madres, y vengo a decirles que es muy, muy cierto.

Yo soy la hija mayor entre tres hermanos —Von tiene 23 y Diego 19—. Por ese orden, yo siempre llevé la carga de ser el ejemplo a seguir, y de hacer las cosas bien para que los otros en la fila copiaran. Eso significa que mi mamá hizo tantos inventos conmigo que hoy terminé siendo todóloga: estuve en clases de ballet, de jazz, de sevillana, de gimnasia, de actuación, de dibujo y hasta de salsa con Jackson. Es gracias a ella que de adulta puedo a ser tantas cosas a la vez.

Mi mamá y yo no nos llamamos 40 veces al día para decirnos “te quiero” o darnos mil abrazos, pero estamos ahí, muy presentes, en formas diferentes. Tenemos una relación de respeto, donde ambas nos entendemos sin palabras, sin tener que hablar mucho. ¿Saben cómo hay madres que saben lo que tiene el hijo mucho antes de llegar a la clínica? Así es ella, tanto en mi vida profesional como en la personal. Es increíble cómo no le tengo que decir mucho, porque solo viéndome o escuchándome ella sabe lo que me está pasando, o cómo me siento. Algún día, cuando sea madre de alguien de dos paticas —porque de cuatro ya está Chloé— voy a adquirir ese don. Mientras tanto, he adquirido otras cosas de ella casi sin darme cuenta, y quiero compartirlas, más que quizás con ustedes, con ella misma. (¡Hola, mami, que estás leyendo este texto!) A veces en el corre-corre del día a día se me olvida decirle todas estas cosas, y he tomado la excusa de la celebración del Día de las Madres para soltarlo.

[1] Los detalles

Mi mamá es la mujer más detallista del planeta. Ella viene al Vita Place solo a revisar que sus flores estén bien puestas. Si es San Valentín, todavía con la edad que tengo, ella me decora la mesa al levantarme. Si le pido que me ayude a comprar el regalo de una persona, va corriendo y me manda 45 fotos y busca el regalo perfecto. Si en mi casa hay una cena, ella no duerme por tres días preparando la mesa perfecta, con nombres escritos a mano. Si me voy de viaje, saco todo lo que me llevo y ella me lo empaca todo organizadito, contando hasta las medias.

Ella estudió Hotelería, pero su pasión, y lo que ejerce hoy, es la decoración. Fue dueña de la tienda Party Party por más de una década —y ya ustedes saben que entonces mis cumpleaños eran los más fabulosos, con las funditas más cool—.

No es que yo sea dejada, pero al tener tantas cosas en la agenda, a veces no presto atención a los pequeños detalles… pero por alguna razón, desde 2015 en adelante estoy “mamificando” mi atención: me comenzó a gustar a bordarlo todo con monogramas como ella, a buscar regalos con mucha intención, y hasta a colocar mis zapatos derechitos para no maltratarlos. Ella siempre me decía “Dominique, ¡sé más organizada!”, pero yo ni la escuchaba porque pensaba que era una tontería. Ahora, gracias a que nunca desistió, finalmente entendí el valor emocional de tener esos detalles.

[2] El cariño y la atención

Como les dije arriba, no soy de quien llama 45 veces al día a los seres queridos, sean familia o no. Sin embargo, este año he aprendido de mi mamá a enseñar esos sentimientos positivos más a menudo.

Mis hermanos están fuera del país, y mi mamá les escribe “los extraño” en el grupo de WhatsApp de la familia. Miren la diferencia: Von responde casi llorando que quiere verla, pero cuando yo vivía fuera apenas respondía. ¿Y saben qué ha pasado? Que en estos años me he dado cuenta de que no todo el mundo tiene madres que expresan su cariño así, y que he tomado a la mía por sentado. ¡Ella es un regalo!

Y miren, no es que yo sea hater, como relajan mis amigas: yo tengo un montón de sentimientos positivos por dentro, aun con mi apariencia fuerte. Por eso decidí pensar más como mi mamá, guiándome de su actitud, y hoy trato de escribirle más a mis familiares y mis amigas, para saber cómo se sienten si tengo un par de días sin hablar con ellos. Eso me ha hecho más humilde en el área profesional, pues siempre intento ponerme en los zapatos de los demás y conocer sobre sus situaciones familiares. He aprendido que tener esa atención con las personas que me rodean vale muchísimo, y que es una señal de respeto, de amor y de cariño.

[3] La paciencia

¡Ay, Dominique, dale suave! ¡Respira! Gracias a mi mamá —y bueno, al yoga—, este año más que nunca he aprendido a ser más paciente.

Mi mamá siempre me dice que coja todo con calma… pero yo, como flash que soy, muchas veces hago las cosas sin pensar en el futuro o en las consecuencias. Sin embargo, finalmente la estoy entendiendo: ya sé que es más efectivo no hacer las cosas corriendo, y he entendido que la mayoría de las veces las cosas salen mejor cuando tienes paciencia.

Por ejemplo: este verano, gracias a Dios, vuelvo a Point O’Pines. Me escribieron para invitarme en enero de 2017, pero después de ahí no volvieron a comunicarse conmigo. Mientras tanto, yo esperando. Mi mamá me decía: “Deja de hacerte cuentos en la cabeza, espera con paciencia”. A los dos días de ella decirme eso, me llegó un correo del equipo del campamento: no solo con una oferta monetaria superior a la del año pasado, sino también para fungir como cabeza de un grupo de 50 niñas. ¿Moraleja? Hay que llevarse de las madres, no hacerse novelas mexicanas en la cabeza y siempre ser paciente, ya que el universo trabaja contigo cuando vibras en su misma frecuencia.

Yo todavía soy un proyecto en construcción de mi versión adulta, pero mientras tanto puedo decir con mucho orgullo y alegría que me hace muy, muy feliz saber que esa evolución se va pareciendo cada día más a mi mamá.

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